Aprendí a envejecer,
a saber llegar dónde me abrazan,
a despedirme de quienes se van,
a creer en mi intuición, no falla,
a abrazar la soledad y a hacerle cosquillas a la tristeza.
Aprendí a pellizcar la ausencia,
a vivir con lo presente y sentirme privilegiada,
a no sufrir por lo que no hay,
a admitir que nada es para siempre,
que nada es gratis, ni siquiera el amor,
que es mentira que basta,
que necesita alimento y que tiene que ser bidireccional (o muere).
Aprendí con cierto asombro,
que hay afectos maravillosos que se van y pocos honran su legado.
De esto, me quedo solo con lo que me toca.
Asimilé que no soy mejor que nadie, pero soy diferente y eso es genial.
Este año aprendí a sentir compasión por aquellos que envidian mi diferencia.
Y finalmente aprendí a disfrutar de cada show ajeno,
sin involucrarme y eso, ciertamente, alejó algunos afectos y florecieron otros.
Cómo todo lo demás, eso está bien.
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